Algunos padres consideran que hablar de temas sexuales con sus hijos es una manera de impulsarlos al desenfreno que podría surgir en la adolescencia, sobre todo considerando el disparo hormonal que ocurre con los cambios en el desarrollo. Sin embargo, se ha descubierto a través de diversos estudios que hablar de sexo con nuestros adolescentes puede ayudarles, incluso, a retrasar la participación en actos sexuales o les facilita la toma de decisiones para su seguridad y protección en el acto sexual.
Padres, según las leyes de nuestro país, la edad mínima para que un menor pueda consentir un acto sexual es 16 años, siempre y cuando la persona con la que realiza el acto sexual sea hasta 4 años mayor. Es decir, si la persona con la que el menor consiente el acto es mayor de 20 años, se considera abuso sexual. Es imprescindible tener esto en consideración, pues podemos vernos involucrados en ser excesivamente permisivos con nuestros menores y que como resultado, esto afecte la integridad y salud sexual y emocional de ellos.
Es común que a temprana edad nuestros hijos comiencen a tener interacciones afectivas con sus pares, que sientan atracción sexual hacia el sexo opuesto o al mismo sexo. Particularmente, porque durante esa fase o etapa de desarrollo hay una alta producción de hormonas que facilitan los cambios físicos relacionados con el crecimiento y la transición a la vida adulta. Pero ¿qué son las hormonas? A veces decimos que los jóvenes tienen las hormonas “alborotás” o que “están enchulaos”, pero no sabemos bien a qué nos estamos refiriendo.
Según la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU., se entiende que las hormonas son los mensajeros químicos del cuerpo. Estas viajan a través del torrente sanguíneo hacia los tejidos y órganos. Las hormonas influyen globalmente tanto nivel físico como a nivel psicológico. Se sabe que intervienen en prácticamente todos los mecanismos de nuestro organismo y que su exceso o escasez puede provocar diversas enfermedades. Suelen producir un efecto lentamente y, con el tiempo, afectan muchos procesos distintos, incluyendo:
• Crecimiento y desarrollo
• Metabolismo: cómo el cuerpo obtiene la energía de los alimentos que consumes
• Función sexual
• Reproducción
• Estado de ánimo
Entonces, dentro de la naturalidad de la interacción humana, la atracción física y el enamoramiento en los adolescentes, estará presente la posibilidad y apertura a experimentar la sexualidad. Se entiende que los jóvenes pueden experimentar ese primer “rush” de enamoramiento antes de la pubertad. Ahora, imaginemos un menor sin la debida supervisión y cuidado, experimentando todos estos cambios y emociones. Muchos de nosotros podemos pensar: bueno, a mí nadie me habló de sexo y pude sobrevivir. Pero la realidad es que nuestro propósito en educar no es sobrevivir, es vivir con consciencia y bienestar.
Cuando nos enamoramos, no utilizamos nuestro cerebro racional y sensato y no podemos controlar nuestros impulsos. El enamoramiento es mucho más emocional que reflexivo. Es una experiencia química poderosa en la cual la dopamina —la hormona de la felicidad—, la noradrenalina —la hormona que estimula la atención— y la serotonina —la hormona que controla el estado de ánimo— entran en juego. Esto explica porqué las emociones de los adolescentes —y también adultos— son una montaña rusa: a veces eufóricos, a veces impulsivos, la gestión de las emociones es complicada durante este periodo.
Partiendo de esta premisa, debemos tener en cuenta que si nuestro hijo o hija adolescente experimenta la fase de enamoramiento, puede ser retante poder conversar con ellos sobre las implicaciones que puede tener el descontrol en dicha fase. Y esto puede incluir: embarazos a destiempo, infecciones de transmisión sexual, exponerse a riesgos a su integridad y salud física, y sobre todo, afectar su estado emocional o psicológico al entrar en relaciones tóxicas. Por esto, podemos hablar de sexo, incluso antes de que ocurra un evento negativo.
Hablar de sexo implica también hablar sobre lo que son las relaciones afectivas saludables, desde el punto de vista emocional. Debemos hablar de sexo y emociones desde la infancia. Claramente, no le hablaremos a un niño de la misma manera que a un adolescente. Debemos corresponder a cada etapa de desarrollo. Pero hay bases que debemos poder sembrar. Por ejemplo:
• Secreto: Debemos poder enseñarles a los menores que hay secretos que debemos compartir con nuestros padres. Pues en casos de abuso sexual es común que la persona que agrede le diga al menor que no puede decirlo porque es su “secreto”.
• Consentimiento: Créanme que podemos hablar de consentimiento a nuestros niños sin detallar actos sexuales o información para adultos. La clave está en hablar desde su lenguaje. ¿Qué es consentimiento? Decir que sí. ¿Por qué decimos que sí? Porque queremos hacerlo y nos sentimos bien. Ya a los jóvenes adolescentes podemos darles más detalles sobre el consentimiento, cómo cuáles son las implicaciones de permitir ciertas experiencias y cómo validar su autenticidad.
• Espacio seguro: Esto es lo que, a mi parecer, es fundamental en la educación sexual a nuestros hijos. ¿Se sienten ellos en un espacio seguro para hablar sobre sus inquietudes y preocupaciones? Si los menores sienten o interpretan que serán castigados por expresar, sentir o preguntar, créanme que no verán como posible acercarse a sus padres. Por lo tanto, verán como imposible dejarles saber sus inquietudes. Por otra parte, tampoco debemos ver permisivos o excesivos en el tema sexual. Respondan cuando pregunten o cuando ustedes como padre identifiquen un factor de riesgo. Y un factor de riesgo sería todo aquello que no representa seguridad y bienestar.
• El sexo no es malo: Finalmente, debemos hablar de sexo honrando nuestros valores familiares, pero no de manera punitiva o negativa. El sexo no es malo, y pensar que sí lo es sería una manera de expresar que hay algo mal en nosotros. Así que el consejo sería educar desde lo científico y lo biológico, pero con un enfoque en la gestión de eso que somos y que tenemos.