El conflicto entre Israel y Hamas, suscitado a partir del acto terrorista perpetrado el 7 de octubre de 2023 ha desatado no solo las pasiones, sino los peores instintos de nuestra humanidad. Digo esto porque se ha hecho evidente la polarización de posturas a favor de Israel propio o del pueblo —pueblo, no Hamás— palestino, que cada día come y bebe miseria infligida por sádica y exclusiva inclinación por la venganza. Sufren las familias, todas; aquellas que no saben el paradero de sus familiares rehenes, siquiera si viven todavía. Las protestas en Tel Aviv, Jerusalén y el sur de Israel así lo estampan: Benjamín Netanyahu y su séquito gubernamental está más interesado en castigar palestinos que en el pronto regreso de los rehenes, o de los cuerpos de aquellos y aquellas que —todavía en manos de Hamás, o abandonados allí mismo donde cesaron— ya no viven.
El desarraigo por la falta de clausura ya es notable en las familias israelíes. Notable también es el desarraigo de los palestinos que tienen que dejar sus hogares, sus vidas, sus trabajos, sus iglesias y mezquitas, su efímera felicidad, su miseria y sus muertos bajo una montaña de escombro y sangre. Contendiendo todos los días con el arma más efectiva de las fuerzas armadas y el gobierno israelíes —el hambre—, ya no queda más que suplicar por el fin de la vida precaria, de la vida desnuda, de la ausencia de toda posibilidad de ser y estar; de que la paz civil y la convivencia no existe, ni en la realidad ni en sus esperanzas. Habrá en algún momento que reclamar, de hacer preguntas incómodas a todas las partes.
En algún momento tendremos que reclamarle a Hamas qué tipo de “resistencia” es aquella que despierta la barbárica propensión de este particular gobierno israelí. Dicen los reaccionarios que palestinos apoyan masivamente al movimiento; buscan con ello justificar los excesos del agresor israelí con el burdo argumento de: “los gazatíes se lo buscaron”. A menos que pertenezca a estos movimientos “militantes”, difícilmente un civil palestino, sabiendo muy bien lo desproporcionado de la respuesta israelí, pretende iniciar otra jornada de miseria. Ningún padre o madre, ningún esposo o esposa, ninguno que se llame hermano, amigo, pariente, cristiano o musulmán se levanta y declara: “hoy voy a provocar a Israel, hoy le instigaré a destruir mis escuelas, mis hospitales, mis mezquitas, mis universidades, mis terrenos agrícolas, mis carreteras, mis residencias. Pero cada palestino sí se levanta cuestionando y resintiendo a Israel porque les mantiene encerrado, concentrado en un lugar densamente poblado, sin posibilidad alguna. También resiente virulentamente a Hamás, traedor en conjunto con Israel de perenne miseria. Pero no tienen salida, no hay alternativa política a Hamás, ni estos ni los israelíes lo permiten; prefieren —en calidad de enemigos que se necesitan para mantenerse relevantes— el status quo: violencia extrema, destructiva.
¿Qué ganó —Hamás, quiero decir— con el 7 de octubre? Cuando toda esta espiral catastrófica acabe, ¿rendirán cuentas a los residentes de Gaza?
Pero los israelíes también se tendrán que cuestionar y cuestionarle al poder público el camino nefasto a la polarización a la virulencia en discurso y acción. Les recuerdo que es este gobierno el que pretende subvertir el ordenamiento político y el marco jurídico-legal del país. Israel es —problemática, debatible y cuestionable como es— la única “democracia” de Medio Oriente. Precisamente por ello, los israelíes precisan de hacer un ejercicio de reflexión e introspección: ¿es este el Israel que queremos? ¿Queremos un Israel con un marco-jurídico legal y unas cortes subvertidas? ¿Están prestos a vivir en un país que ya no respeta los derechos de minorías étnicas, raciales y religiosas, de estilos de vida alternos que le dan una diversidad particular y moderna? Finalmente, ¿es viable y deseable una vida en Israel en animosidad perpetua y guerra sempiterna con los palestinos? Tendrán eventualmente que plantearse el realineamiento político y procurar fuerzas también políticas que —reconociendo la dificultad de los primeros pasos— promueva la tolerancia interna, refunde la pluralidad democrática y practique, con una Palestina soberana y un entorno árabe amplio y diverso, la convivencia pacífica.
La alternativa es y será siempre terrible.
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