No siempre se necesita pisada fuerte, zapato ruidoso, andar apresurado o una palabra para ser percibido. El sonido de la fricción que emana del suelo y los pasitos casi arrastrados de Jacobo Morales, alertan con sutileza que está en la habitación.

“Creía que era otro día el que tú venías. Me sorprendió que era hoy, ¡pero cheverísimo!”, da la bienvenida Morales a su casa, la única en la calle con dos árboles inmensos y una bandera de Puerto Rico en el portón del balcón.

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